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¿Cómo es un Telescopio?


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         Profe… ¿Cómo es un telescopio…?

 

Hace unos meses el Ministerio de Educación de la provincia de Santa fe propuso una clase más sobre ESI; en ella desarrolle una actividad vinculada desde el área ajedrez, llamada Ajedress: los niños debían vestir a unos peones de cartulina con la ropa que ellos quisieran. La idea era qué, para vestirlos, previeran para cada uno una identidad de género ya que, las prendas (Dress) a desarrollar por ellos incluían a las interiores y, como sabemos, aunque nos creamos más o menos a salvo del sexismo, estas presuponen solo dos variantes.

La actividad fue un éxito, tal vez una de las más festejadas por los chicos y chicas de primero a quinto, quienes participaron diseñando, recortando y cubriendo a los desnudos risueños peones, dándoles las más variadas personalidades (hasta un bebe peón había previsto).

Como un detalle, en la algarabía y por mi pasión, llevé recortado un pequeño telescopio de cartulina para que uno de los peones fuera astrónomo/astrónoma. En lo mejor de la tarde, escuche a una niñita de primero que me dijo:

¿Me enseñás como es un telescopio?

Claro, le dije, pero no ahora que estamos con esto; decile a tu maestra que me invite y un día de estos llevo uno a tu salón.

Todo quedó ahí pero en lo sucesivo y en cada recreo, siempre que la niña me vio, le escuché decir,

¿Cuándo me vas a enseñar un telescopio?

Al fin, el pasado lunes preparé una clase de óptica acorde a sus edades y expectativas supuestas y me zampé al cole atiborrado con lentes, microscopio, binocular, láser, vaso, cuchara, jarra de agua, prisma, medio metro de cañería de agua y un telescopio Hokenn 60 350. Este tubito era de mi nieta, pero justo antes del desastre ella accedió al plan canje-abuelo-aficionado, y el recurso la hizo dueña de un bonito 70 700 az (Hokenn).

La maestra hizo entrar a los chicos al aula, me presentó y Los senté muy cerca de dos mesas que puse al frente. Allí mostré mis herramientas y Para dar idea de lo que una lente hace con la luz, mostré un láser cuya luz proyecté al techo: un punto color ranita, que apenas se ensanchó por efecto de su propio empuje, formó una mancha de unos pocos milímetros que vibró nerviosa por mi mal pulso. Las caritas abiertas, los ojos lavados de todo sopor, cada uno de los niños y niñas tuvo algo para acotar. Hice unos pases de manos y mostré entonces una lente de 30 cm de focal. Presentada esta, la interpuse sobre el rayo luminífero y, ¡exclamaciones! el punto de luz –el circulín de esos pocos milímetros- se transformó en un área, algo más difusa, trémula aún, de unos 3 o 4 centímetros de radio.

Retiré y coloqué el lente repetidas veces sobre mi linterna verde y cada vez el grado constató que un lente como el que esgrimí, siempre aumenta la superficie de luz por él proyectada… en nuestro lenguaje técnico del momento, dije: lentes como esta aumentan la imagen que las atraviesa (me perdonarán lo impreciso de esta afirmación, la cual justifico porque solo quería dar idea cabal de aquello que en un momento fueran a observar: detalles del patio agrandados dentro del ocular del telescopio).

La clase continuó con la descripción de los instrumentos que utilizaríamos enseguida: teles, microscopio, binocular.

Una vez explicada cada parte, monté el teles sobre una silla y, como los vecinos de Macondo, todos observaron lejanos clavos y recortes de afiches en los murales del patio a través de nuestras lentes acopladas en el Hokennsito.

Otra vez alguna sorpresa y niños que se quedaron minutos observando, con una atención que ya quisiera que ponga un adulto cuando muestro Carina u Orión.

Enseguida tome el tubo de agua y lo mostré vacío, sumé entonces una lente a la que ya tenía y adosé una a cada extremo; se los dí; se extasiaron al ver que ya tenían otro telescopio, este muy barato, por cierto. Una niña dijo,

En mi casa hay un tubo de agua tirado, el voy a decir a mi papá que me haga un telescopio…

Los niños y niñas miraron hasta hartarse, por los teles primero, por el microscopio después.

En el microscopio puse un hongo que sobre el portaobjetos se veía como un puntito negro y en el ocular ya era un monstruo amenazante, lleno de pelos o de patas negras como tentáculos horribles que rodeaban su forma. Uf, me recordó a Lovecraft.

¡Ah, qué placer escuchar a los chicos! Cómo razonan cuando se encuentran ante lo nuevo, lo desconocido, lo apasionante de la ciencia. Porque La Ciencia es La Sorpresa de ver por primera vez el mundo. Nunca escuché a un niño ver algo desconocido y decir,

Mirá, profe,  un Ovni… o

Mirá, Sergio, una Creatura de Dios…

Los niños miran algo nuevo y de inmediato forjan hipótesis: ¿Es un animal? ¿Es una planta? ¿Es una basurita? Mi nieto -de apenas tres años cumplidos- me dijo acerca de la Luna en fase que esta estaba desinflada. Las explicaciones sobrenaturales son patrimonio de seres que han perdido la alegría. Por ello es tan curioso escuchar los argumentos de un niño y contrastarlo con los de un adulto medio. Hace poco una maestra de primero, oponiéndose tenaz a una práctica de observación, sugerida por mí para probar a ellos por donde sale el sol,  me dijo:

Pero, con lo que usted dice, ¿los niños lograrán una percepción cabal del espacio?

Jamás escuché una respuesta tan boba en la boca de un niño. El primer escollo para el aprendizaje radica en esas mentes y nunca en los niños.

Vuelvo al relato de mi clase de óptica en primer grado.

Los chicos y chicas observaron por el telescopio y por el microscopio. Con el experimento del láser y la lente desnuda comprendieron empíricamente qué hace una lente con la luz. Faltaba el cierre y este me  divirtió como nunca.

Helo aquí:

Chicos y chicas, dije, ahora… una demostración de mis poderes… Vean esta cuchara de metal, tóquenla…

La pasé a ellos de mano en mano para que verificaran su solidez. Toda vez que todos la hubieron tocado, dije,

Voy a quebrar esta cuchara con el poder de mi mente…

Tomé el vaso y lo puse sobre la mesita, puse dentro la cuchara e ipso facto, mientras movía mis dedos de la izquierda como arrojando ínfulas o sortilegios sobre el conjunto y, con la jarra en la derecha, eché agua al vaso hasta casi llenarlo. Triunfal, dije,

Vean, niños y niñas, ¡he quebrado la cuchara!

Muchos exclamaron sorprendidos. Yo mismo me sorprendo cuando lo hago. La cuchara ¡está quebrada! Qué difícil no creer a los ojos. Es como cuando uno mira la Luna en el horizonte. Los chicos se codearon y empujaron, tomaron el vaso y lo giraban y por todos lados le metieron ojo. El efecto era increíble. Un niño dijo,

No está quebrada.

Cómo sabés, pregunté,

Fácil, me dijo, mírela, y vi el mango a unos dos centímetros de la concavidad, separadas ambas partes sobre el límite del agua,

Si estuviera quebrada, me dijo, la parte de arriba caería al fondo: no cae porque no está quebrada.

¿Se dan cuenta de lo que digo? Un niño siempre es un científico genial. Un niño no tendría ningún problema en comprender la teoría de la relatividad o el carácter discreto de la materia… y del tiempo.

Ya lo estoy viendo, mis cursos para el 2017 promocionados por Adrián Paenza:

El baldecito en el Arenero, Mecánica cuántica para niños.

o

Títeres en las hamacas, La paradoja de los gemelos en jardín de infantes.

o

Autitos en el tobogán, aceleración y caída libre para segundo grado.

En fin, sin duda que esto puede hacerse. La física es una para todos. Fue el gran aporte que comenzó con Galileo al observar las anfractuosidades de la Luna, y terminó con el f g m1 m2 sobre r cuadrado de Newton. Es decir, lo que aquí cae allá también cae, sea en París o en Jápeto.

El argumento del ese niño al decirme que la cuchara no estaba quebrada, porque de estarlo -de estar esas dos partes en efecto disociadas, interrumpida su materia como en realidad se ve a través del agua y del vidrio- la parte alta acería al fondo del vaso, es una de las mejores respuestas que he logrado en mi vida de divulgador de la ciencia, de Rada Tilly a Purmamarca, del río Uruguay al Valle del Atuel, y en 40 localidades intermedias.

Aún hubo más.

Llegó el momento de desenmascarar al timador. Debíamos explicarnos el fenómeno. ¿Quebraba yo la cuchara o qué milagro ocurría?

Vaciamos el vaso, la cuchara entera; llenamos el vaso, la cuchara quebrada. Ergo, el vaso no era el prodigio.

Pronto una niña dijo,

Es el agua, el agua actúa como una lente, agranda una parte de la cuchara ¡y así parece quebrada!

Bien, así me divierto a mi edad, así disfruto de la vida, contando a todos acerca de lo que amo, el cielo, la ciencia, la historia, el cine.

Cuando tocó el timbre de fin de clase la niña de la respuesta me dijo: Volvés algún día… porque me gustaría verte de nuevo.

 

 

En el despido estaba cuando la niñita origen de esta clase, la que creía yo interesada por saber cómo era un telescopio, dijo:

¿Y… cuándo me vas a enseñar a hacer un telescopio?

Pero… dije, si te enseñé cómo funciona y cómo se arma.

Me dijo,

No, yo quiero que me enseñes… a dibujar un telescopio.

Dibujar, no hacer.

 

fin

 

Sergio Galarza

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Impresionante. Me encantó el relato.

Estar con niños es lo mejor que hay en el mundo. Estuve algunos años enseñando a niños (no astronomía, ni física) y lo que aprendes a través de ellos es inmensamente mayor a lo que les das.

 

Saludos,

Gabriel.

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