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Historia de la niña que quería ver la Luna


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Historia de la niña que quería ver la Luna

Había una vez una niña que amaba ver la Luna. Cada vez que salía a la noche, miraba el cielo y si no veía allí a la Luna, exclamaba,

Y la Luna, dónde está la Luna, yo quiero ver la Luna…

A muchos grandes estos desvelos nos parecen nimios pero aquellos que alguna vez leímos El Principito bien sabemos que nada hay en el Universo más delicado que el alma de un niño.

 

Una mañana, la niña estaba en su patio con la cabeza gacha, fija la vista en su muñeca de trapo. Las muñecas de trapo son las Peponas de mi infancia, solo que las peponas se compran y las muñecas de trapo se fabricaron con amor, trapo sobre trapo, zurcido sobre zurcido para encantar a nuestros hijos e hijas.

Esta Muñeca, a la cual le preguntó la niña por la luna, era grande, casi tan alta como ella, cuyo cuerpecito frágil y hermoso, tembló, al decir,

Pepo, ¿dónde… dónde está mi Luna?

Por supuesto, Pepona no contestó.

 

Una tarde soleada como la risa, la niña estaba en la escuela y preguntó,

¿Alguien sabe por qué la semana pasada vimos la Luna cerquita de la bandera y hoy no está?

Ninguno de sus compañeros supo contestar.

 

Una noche fresca de noviembre, los grandes organizaron una fiesta, en un campo cercano. Un hombre de barba blanca vino con telescopios y cuentos viejos, y vecinos y amigos se reunieron en el casco de la estancia, junto a unas araucarias, a ver noche, estrellas y planetas.

El hombre habló a todos de sus luces, sus soles, sus años y lejanías. Poco o nada de lo que dijo interesó a la niña que había acudido a la fiesta de la mano o el recuerdo de su padre.

La niña había visto a Luna en el horizonte dos días atrás, casi a esa misma hora en que ahora trascurría la fiesta. Pero la Luna no estaba. Solo su ausencia, la oscuridad, el pobre brillo de las estrellas, ínfimo al lado del de la Luna.

Duelen los espacios llenos cuando estos se vacían. Esta es una verdad del cielo. Lo supo Dios y tal vez por eso llenó de astros el cosmos. Lo supo también la niña pues perdió más de una cosa que le pertenecía, que le daba vida, que aún extraña. Quizá por ello la niña sufre el no saber dónde está la Luna, cuándo sale, cuándo duerme.

 

 

El hombre de barba blanca habló de nubes y estrellas, habló de soles muertos y de nuevos soles que nacían ahora mismo, allí, dijo, sobre sus cabezas.

La niña miró arriba pero no vio nacimiento alguno.

La niña miró el vacío en el horizonte.

La niña pensó en su padre y miró al lado y solo vio el recuerdo, algo vago, una sonrisa que se desvanece, un calorcito, nomás. Y en seguida el fresco de la noche.

 

 

El hombre habla lejos. La fiesta continúa. Lejos habla la gente. Las estrellas son lejanas, dice el hombre; las araucarias son altas, piensa ella. Solo los murciélagos pasan rápido a su lado y se alzan y desaparecen en la misma noche que les da vida.

 

 

La niña siente el fresco de la noche y también siente el calorcito del recuerdo de eso que ama y que no está. Se toca el costado del vestido y siente el zurcido a la altura del pecho. Está zurcido, aunque su vestido es hermoso: el más lindo vestido de todos los que allí se ve.

 

La niña toca con sus dedos el zurcido y siente la noche y el recuerdo y del fondo de esa angustia reconoce unas palabras,

 La Luna… dice el hombre de barba blanca, retrasa en apariencia al paso de la Tierra, por ello demora su aparición sobre el horizonte, cada día un poco más.

 

La niña olvida su frío y su calor y ahora todo su cuerpo escucha esas voces que llegan de ahí nomás, tan cerca:

La Luna repite una fase cada 29 días, dice el hombre.

Es decir, cada 29 días, la Luna ha completado un círculo alrededor de la Tierra y muestra así una misma fase a los hombres y los niños que le observamos.

Pero, dice el hombre, y hace una pausa, un círculo equivale a 360 grados, y 360 grados, divididos 29 días, nos da 12 grados por cada día…

Es decir, dice otra vez el hombre, que no cesa de repetir cosas, la Luna retrasa 12 grados para volver a aparecer sobre el horizonte, de un día para el otro,

Y agrega, si la Luna salió ayer a las 20 horas, hoy lo hará un poco más tarde… ¿cuánto más tarde? Pues exactamente el tiempo necesario para que la Tierra gire esos 12 grados, es decir, unos 50 minutos...

La niña siente que algo se mueve dentro de ella. Lo que se mueve -no lo sabe- es su entendimiento y, al moverse sus ideas o saberes unas se caen y otras se acomodan donde antes no. La niña ha escuchado bien clarito que la Luna no sé qué hace que atrasa casi 50 minutos cada día… ¡Por eso una mañana vio la Luna junto al mástil, a la hora de izar la bandera y al día siguiente ya no estaba! Porque en el día siguiente ¡la Luna demoró 50 minutos para trepar hasta allá arriba! Y a esa hora la niña estaba en su aula. No salió al recreo sino hasta una hora y media después cuando el día inundó de luz el cielo y ya no pudo ver la Luna, que allí estaba, sin embargo.

La niña sonríe y mira su relojito. Ayer vio la Luna surgir por el horizonte casi a las ocho de la noche, y ahora son las nueve menos cuarto.

La niña dice o grita, casi, señor, señor.

El hombre de barba busca la mirada de aquella voz y la encuentra.

La niña dice, señor, señor.

El hombre dice, qué, niña.

La niña dice, Entonces… la luna… dentro de muy pocos minutos…

Aparecerá por el horizonte, dice el hombre, ¡miremos allá!

Todos giran y observan el horizonte este y… sí, ya fulgura en la lejanía, tan cercana ahora, ya se anuncia algo luminoso que ha de asomar, muy pronto. Algunos exclaman, sí, sí, allá, y señalan con el brazo estirado.

La niña sonríe y el rostro se ilumina. La niña sabe ahora dónde está la Luna, cuándo vuelve, cuándo volverá a verla, cada día.

La niña sonríe de par en par y el hombre la mira y dice,

¡Qué lindo vestido… lindo como la estrella Betelgeuse!

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Linda historia Sergio.

Me pregunto en cuantos niños, habrás despertado la curiosidad por los astros!

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Más de uno, sin duda, y dos de ellos ganaron importantes premios nacionales e internacionales, para orgullo infinito de mi alma.

Gracias por pasar y comentar.

Sergio

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